Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 150 A. C.
Fin: Año 350

Antecedente:
Arquitectura del territorio de Hispania
Siguientes:
El agua de los ingleses

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

El estudio de los acueductos es uno de los temas más agradecidos y uno de los lugares comunes de la investigación sobre la edilicia romana, y no sólo por la calidad intrínseca de los restos conservados, sino además por el aura de leyenda y literatura que los acompaña, desde las estrategias del conde Belisario hasta los romances medievales que adornan poéticamente estas estructuras por excelencia, que cuando cayeron en desuso, y eso fue pronto y sin poner mucho empeño, se convirtieron para el hombre medieval en materia de nostalgias de un tiempo perfecto, de una Edad de Oro en la que el agua acudía mansamente a las ciudades y a la casa de cada uno. Aunque esta posibilidad, la de tener agua corriente en cualquier lugar y a bajo coste, es algo propio del siglo XIX, lo cierto es que la existencia de buenos acueductos es la condición previa para el desarrollo de los grandes conjuntos termales y, aunque la teoría legal lo niegue, no es menos cierto que el espectacular incremento de la jardinería privada en Pompeya estaba íntimamente conectada con la posibilidad de aprovechar el agua de las conducciones públicas por parte de ciudadanos privados.
Aunque en Hispania no poseemos un conjunto tan numeroso como el que ostenta la propia ciudad de Roma, ni la variedad de las importantes conducciones del sur de Francia, sí tenemos las que probablemente sean las más bellas y espectaculares estructuras de todo el mundo clásico en esto de facilitar agua a las ciudades, aunque no fue ésta la única finalidad de nuestras conducciones, pues poseemos numerosas instalaciones de suministro, tanto en Portugal como en España, destinadas a usos mineros, con las que probablemente sean las mejores conducciones de este género en el Imperio, las de Las Médulas leonesas.

Pero volvamos al tema general, y recordemos lo que Vitruvio nos cuenta sobre esto: "Explicaré ahora el modo cómo se ha de conducir el agua a las habitaciones y a las ciudades, y para esto el primer cuidado es la nivelación. Ahora bien, se nivela o con el traguardo o diptres, o con los niveles de agua, o con el corobate, que es el más seguro, porque las diptres y los niveles se prestan a error.El corobate es una regla que tiene una longitud aproximada de veinte pies, y a cuyos extremos van unos brazos ajustados exactamente de una medida igual y unidos a escuadra en las cabezas de la regla, y en el espacio entre la regla y los brazos, ensambladas a espiga, traviesa, que tienen líneas correctamente trazadas a plomada; de estas líneas penden hilos de plomo atados de cada lado a la regla. Estos, cuando la regla está puesta en su sitio, si los plomos tocan igualmente las líneas que están marcadas en las varillas transversales, indicarán que la máquina está a nivel (...)". El arquitecto augusteo no olvidaba cuestiones que hasta hace bien poco eran problemáticas para los topógrafos, como la de corrección de la curvatura: "Quizá quien haya leído las obras de Arquímedes dirá que por medio del agua no se puede obtener con precisión un nivel verdadero, porque este autor opina que el agua no mantiene perfectamente la línea recta necesaria para nivelar bien, puesto que tiene una figura esférica cuyo centro es el mismo de la Tierra (...)". Podríamos seguir glosando sus consejos, que debían ser del dominio común, ya que los acueductos muestran, a lo largo de kilómetros y kilómetros, la más conveniente nivelación, pese a los cambios de la topografía, los quiebros en el trazado, o los diferentes sistemas de canalización, pues "De tres maneras se puede conducir el agua: por zanjas mediante obras de albañilería, por cañerías de barro, o por tuberías de plomo". Todos estos tipos de canalizaciones, y aun algún otro, están bien documentados a lo largo y ancho del Imperio, e incluso el autor romano recomienda las de plomo para un problema de enorme dificultad: "Si se interpusieran valles extensos, se dirigirá por ellos el curso de la tubería siguiendo la ladera del monte, y a alguna distancia del fondo del valle se apoyarán los tubos sobre obras de albañilería no muy elevadas, sino solamente lo que fuere necesario para que el agua, después de haber atravesado todo el valle, pueda subir del otro lado hasta alcanzar la ladera; esta obra formará lo que los griegos llaman koilion y nosotros vientre"; no hay que ser un lince para entender que Vitruvio está prescribiendo lo que hoy llamamos sifón y que durante largos años los libros han silenciado, empeñados en afirmar que si los romanos los hubiesen conocido no habrían hecho la costosa arquería que es el orgullo de la ciudad de Segovia. Como veremos, el problema radica en los investigadores modernos, no en los conocimientos de los romanos, y menos aún en su extensa experiencia en este dispositivo, que poco a poco se va documentando ampliamente.

Así pues, las conducciones romanas usaron todas las posibilidades, y para ello bastará dar los nombres romanos de los distintos elementos, de tal forma que, salvo lo obvio, demuestran que conocían y usaban cuanto tenemos hoy en este campo. Siempre que podían hacían las conducciones subterráneas (Cunicuti), aireadas y registrables mediante pozos (Spiramina); si el terreno les obligaba a ello recurrían a sostener la cañería (Specus) mediante un muro (Subtructio) que, cuando atravesaba valles se perforaba, a fin de no embalsar el agua de las eventuales corrientes; la perforación podía ser, obviamente, adintelada si era pequeña o en arco, como era habitual.

Había valles y vaguadas donde esta solución, en razón de la distancia y el desnivel, se mostraba excesivamente cara y así se recurrió a sostener la conducción mediante soportes aislados, que pudieron ser pilares con dinteles en los casos más precarios o escasos de recursos, o bien, fueron arcos, en uno o varios órdenes, los que sostuvieron el specus. Finalmente, cuando les interesó, y siguiendo la recomendación vitruviana, usaron sifones. Es un hecho que, aunque los tramos con arcuationes rara vez superaron el 5 por 100 del total de la longitud de la conducción, fueron estas imponentes obras las que caracterizaron a los acueductos, entre otras cosas porque les interesó el efecto propagandístico de tales estructuras pregonando a los cuatro vientos el poder de Roma y la calidad y cultura de la ciudad abastecida, aunque la solución, según nuestros parámetros, fuese antieconómica.

Es indudable que la combinación de arcos (en sus diversos tipos de aparejos y molduraciones), el número de pisos, la eventual existencia de arquillos secundarios, los diversos tipos formales de pilares, el uso de estribos y las disposiciones de los inevitables tramos triangulares de muros, permitieron una variedad asombrosa de soluciones distintas, pero también es evidente que se emplearon con preferencia unos escasos modelos, bien representados en la Península Ibérica y que vamos a analizar a continuación.En otro lugar he establecido, a efectos estructurales, dos grandes familias de arcuationes, cuyas diferencias fundamentales pueden cifrarse en los siguientes rasgos: para salvar desniveles fuertes los arquitectos que diseñaron las arcuationes del tipo más sencillo recurrieron a superponer el número necesario de arquerías independientes, cuyos pilares conservaron o rompieron su continuidad vertical a voluntad, es decir, a veces el pilar de un piso alto montaba sobre la vertical del soporte inmediatamente inferior, pero la organización del arco se interponía entre ellos, y a veces la ordenación era tal que ni siquiera se respetaba la continuidad vertical de los ejes; por el contrario, quienes construyeron los pilares de la familia formal y estructuralmente más compleja, decidieron que sus pilares fuesen continuos desde el specus hasta el suelo, creciendo desmesuradamente, lo que aconsejó construir unos arcos intermedios cuya misión fue sólo la de acodalar los pilares, para disminuir la notable esbeltez de los apoyos. Estas soluciones tenían diferentes comportamientos, especialmente en caso de ruina de un pilar; en el primer tipo, que es como un castillo de naipes, puede la estructura arruinarse entera, mientras en el segundo lo más probable es que los efectos perniciosos queden claramente delimitados a un sector muy reducido. Vamos, que las estructuras del segundo modelo son más seguras.

En el primer caso, la composición de la obra es de predominante traza horizontal, obtenida gracias a la superposición de registros paralelos e independientes; en el segundo caso, se consiguió un mayor equilibrio compositivo, gracias a la yuxtaposición de líneas verticales contiguas y a la interrupción de las horizontales. Además de estas dos maneras extremas de resolver el problema parece oportuno señalar la existencia de un tercer tipo similar al segundo, pero estructuralmente más primitivo. Los pilares pueden responder a uno de los dos esquemas anteriores, pero su acodalamiento, en los lugares donde adquirían mayor esbeltez o aparecían debilitados, se realizó por medio de arcos con sus propios apoyos independientes, a manera de pilastras adosadas a los pilares principales. Los tres modelos que acabamos de describir brevemente pueden darse para cualquier desnivel que requiera arcos, ya sean uno o varios los órdenes de arcos que se necesitarán. El uso de estribos como elemento auxiliar puede darse en todos los tipos, aunque aparecen con mayor frecuencia en el segundo, ya que en los otros suelen usarse como solución de emergencia.

Situados ante estos tipos estructurales, pudiera surgir la tentación de ordenarlos por razones de complejidad estructural y atribuir a tal serie la virtud de representar el discurso histórico desde el punto de vista temporal; en mi opinión tal secuencia sólo tendría vigencia en el campo de la metodología pura, como principio de ordenación y clasificación, pero carecería de todo valor para intentar extrapolaciones cronológicas.